“Mientras los hombres no reconozcan que el patriarcado los afecta, no se sumarán al cambio”: Román Huertas

En un mundo que aún carga con estructuras profundamente patriarcales, hablar de nuevas masculinidades desde una perspectiva crítica y consciente se vuelve una necesidad urgente. En Voces que Trascienden conversamos con Román Alexis Huertas Montoya, pedagogo social y miembro de la Mesa Nacional de Masculinidades de Colombia, para comprender el rol de los hombres en la lucha por la igualdad, cómo los impacta el sistema patriarcal en el que vivimos y qué pueden hacer para transformarlo.
En este diálogo también exploramos el feminismo, un movimiento que, aunque nacido de las experiencias y luchas de las mujeres, ofrece un espacio de reflexión y acción para que los hombres se cuestionen sus propios privilegios y roles impuestos.
¿Cuáles crees que son los elementos fundamentales para desmontar el patriarcado y construir una sociedad verdaderamente igualitaria?
Implica, ante todo, reconocer que el modelo social que habitamos ha sido construido desde una lógica patriarcal. Nos cuesta imaginar un mundo distinto porque no tenemos referentes cercanos para poder contrastarlo. Además, es necesario cuestionar qué entendemos por “igualdad”: ¿se trata de tener los mismos privilegios o de compartir las mismas vulnerabilidades y carencias? Cuando uno hace esa revisión de lo que es verdaderamente igualitario, pues entonces uno se va a dar cuenta que desmontar el patriarcado casi que es hacer una desestructuración de la sociedad.
El patriarcado no está solo, está entrelazado con otros sistemas de opresión como el capitalismo y el racismo. Por eso es tan difícil derrocarlo porque, aunque enfrentemos a uno de estos sistemas, los otros pueden fortalecerse. En ese sentido, el sistema necesita la desigualdad para prevalecer.
Muchos hombres no se sienten llamados al cambio porque no reconocen cómo también son afectados por el patriarcado. Aunque puedan experimentar opresión en lo estructural por razones de clase o raza, suelen conservar privilegios desde los espacios más micro, como en el hogar. Mientras no comprendan que esos pequeños poderes también son parte del sistema que los oprime en otras formas—en la salud, el bienestar o las oportunidades—, no se comprometerán con la transformación. Reconocerse como parte del problema y también como víctimas del sistema es el primer paso para sumarse a la construcción de una sociedad más justa.
¿Cómo lograr que los hombres tengan esa conciencia?
Muchos hombres, especialmente los mayores de 40 años, siguen creyendo que ser hombre es algo biológico, que viene en la sangre y que basta con nacer con un cuerpo masculino. Lo que muchos no han comprendido es que nuestra identidad masculina está construida culturalmente. A partir de nuestro cuerpo, la cultura nos moldea: nos dice cómo debemos actuar y cómo no. Nos regula.
Cuando uno se da cuenta de esto, puede empezar a cuestionarse: entonces, ¿yo no soy así simplemente porque sí? ¿No es algo que viene en mis genes, sino que la cultura me enseñó a ser así?”. Y ahí se abre una posibilidad de reflexión: “¿Me siento bien con todo lo que la cultura me enseñó?
Por ejemplo, muchos hombres cuando les preguntas ¿qué haces o qué quieres hacer? Su respuesta es “Trabajar”. Parece que toda su vida gira en torno al trabajo. Y si dejan de trabajar, sienten que pierden su valor. Un hombre sin empleo, sin ingresos, entra en crisis. Y la sociedad también lo señala, lo juzga.
En ese sentido, el foco de reflexión no debe ponerse solo en el hombre individual, sino en la sociedad. Porque es la sociedad la que constantemente exige a los hombres que demuestren su hombría. Desde niños nos dicen: “El último en llegar es una niña”, “El que no rompe el vidrio es un cobarde”, “El que no se toma la cerveza no es tan hombre”, “El que no tiene sexo con una mujer, algo le falla”.
Cuando le preguntas a un hombre: “¿Eres hombre?”, responde que sí. Pero si le preguntas por qué, muchas veces se queda en silencio. Porque no tiene un argumento interno que lo reafirme; necesita demostrarlo, probarlo frente a otros. Como si ser hombre dependiera de la validación externa y no de una construcción consciente e interna.
¿Cuál es el papel de los hombres en el feminismo y cómo pueden aportar a este movimiento?
Te diría que ninguno. El feminismo es un movimiento de mujeres, nacido desde sus vivencias y luchas. Pero si reformulamos la pregunta hacia qué papel tienen los hombres frente a la igualdad y la equidad, que son los objetivos del feminismo, entonces sí hay un espacio de acción.
Desde la Mesa Nacional de Masculinidades, por ejemplo, hay diversas posturas: hay quienes se enuncian como feministas, otros como profeministas, y algunos, como yo, preferimos el término “aliados del feminismo”. Esto implica conocer su agenda, respetar sus voces y apoyar sus objetivos, pero sin entrar a incidir en su pensamiento y en su filosofía.
Entrar al feminismo como hombre puede ser entrar en contracorriente, porque desde mi análisis subjetivo y desde mi experiencia como hombre y como varón, pues lejos está la posibilidad de sentir lo que siente una mujer en su experiencia de vida, que es finalmente donde el feminismo surge. Podemos acompañar, reflexionar, ser aliados, pero no adueñarnos de sus banderas. No sería coherente, además; pues porque el feminismo lo que nos ha mostrado es la fuerza de las mujeres, como emerge y se posiciona.
¿Qué herramientas ofrece el feminismo para repensar y reconstruir las formas en que los hombres viven y expresan su masculinidad?
Desde mi experiencia con organizaciones como Hombres de Otros Cuentos, trabajamos con principios de la pedagogía feminista, los cuales son esenciales para este proceso de reflexión y cambio.
Un primer principio fundamental es el de "lo personal es político". Este concepto feminista nos invita a entender que cualquier cosa que haga un hombre desde su ejercicio de poder, desde el rol que cumple como papá, esposo, amante o jefe, tiene un impacto directo en la sociedad.
Otro principio clave es “reconocer al otro como legítimo”. Esto implica aceptar que, tanto en nuestras relaciones cercanas como en la sociedad, podemos compartir y distribuir el poder que históricamente se nos ha otorgado como hombres. Al reconocer que el otro también tiene derecho a equivocarse, a fallar y a ser imperfecto, aprendemos a vivir en igualdad, sin necesidad de ejercer control o dominio sobre los demás.
El tercer aspecto fundamental es que el feminismo nos invita a reflexionar sobre el concepto de “género”, situando a la sociedad dentro del constructo del individuo. En el caso de Colombia, por ejemplo, un país que ha estado marcado por el conflicto armado por más de 100 años, la expresión de la guerra y la violencia es una cosa que es demandante para los hombres. Hay territorios donde si usted no es violento, deja de ser hombre y se convierte en carne de cañón de otros. Entonces, esa construcción cultural también nos pone a pensar que trabajar estos temas de masculinidad, no solo está en los hombres que la encarnamos, sino en la sociedad que tiene unas expectativas sobre nosotros.
Finalmente, el feminismo nos proporciona herramientas prácticas para reconstruir nuestra masculinidad, como los derechos sexuales y reproductivos, que nos ayudan a comprender mejor nuestra sexualidad, y la economía del cuidado, que nos hace repensar las tareas relacionadas con la paternidad, el cuidado de los mayores, y hasta el autocuidado.
¿Qué actitudes o creencias profundamente arraigadas al machismo considera más difíciles de desmontar en los hombres
Cuando reflexiono sobre la pregunta, la divido en dos partes: creencias y actitudes. Para mí, son cosas diferentes. Al pensar en creencias, se refiere a algo colectivo, más social; mientras que una actitud tiene que ver con lo personal. En cuanto a las creencias, lo primero que me viene a la mente es la idea de que todo está diseñado a la medida del hombre. Si cocina, es un excelente chef; si cuida a los hijos, es un excelente padre; si lava y plancha, es un hombre ideal. Pero si una mujer hace lo mismo, no se le reconoce de la misma manera.
Por otra parte, una actitud difícil de cambiar, desde mi perspectiva, es la de autosuficiencia en los hombres. Muchos creen que pueden hacerlo todo, que no necesitan ayuda. Sin embargo, cuando un hombre decide no seguir esa lógica y se permite no tener la última palabra, se enfrenta a una gran resistencia social, pues se considera que el hombre debe siempre tener la autoridad en la familia.
¿Cómo afecta a los hombres el esquema patriarcal en el que vivimos?
Los derechos que la sociedad ha generado para todos, incluidos los hombres, se terminan interpretando como privilegios. Un ejemplo claro de esto es el derecho de los hombres a la licencia de paternidad. Aunque es un derecho, muchos hombres no lo utilizan para cuidar a su bebé o apoyar a su pareja, sino que lo ven como una oportunidad para tomar un descanso o unas vacaciones. Este cambio de perspectiva convierte un derecho legítimo en un privilegio que no se ejerce de manera responsable ni equitativa.
También, los hombres, por ejemplo, son más propensos a enfrentar problemas de salud mental, suicidio y abuso de sustancias psicoactivas. Esto se debe a que, en la sociedad patriarcal, no se les regula ni se les ayuda a manejar estos problemas de manera sana. En lugar de ver estas cuestiones como una necesidad de cuidado y apoyo, se convierten en excesos. El ocio también se ve como un derecho, pero se malinterpreta como una excesiva indulgencia en comportamientos destructivos, como el alcoholismo y el desenfreno.
Por otra parte, cuando otro sujeto diferente a un hombre empieza a ascender en derechos lo vemos como una amenaza porque no entendemos el derecho del otro. Pensamos que se trata de privilegios. Entonces, por eso muchos hombres hoy se sienten alarmados frente a los logros del movimiento feminista.
Solo entendemos el derecho del otro cuando sentimos que el nuestro está siendo violentado. Por ejemplo, si yo, como hombre heterosexual, cisgénero, macho, un día me encuentro con un hombre gay que se me acerca, me dice que soy guapo y me besa, en ese momento me doy cuenta de cuántas veces he acosado a una mujer, cuántas veces le he robado un beso o jugado con sus límites. Pero solo hasta que alguien invade mi privacidad, en este caso, un hombre gay, me siento vulnerable y percibo esa acción como inapropiada. Y es ahí cuando me doy cuenta de que lo que yo hacía con las mujeres también les resultaba incómodo.
¿Cuáles considera que son los beneficios de que los hombres renuncien al machismo y abracen formas de ser más libres, sensibles y conscientes?
Yo los beneficios los veo primero en lo personal. Retomando la idea feminista de que "lo personal es político", el cambio empieza en las relaciones más cercanas: con la pareja, como amigos, amantes, esposos, padres o compañeros de otros hombres. Al dejar de intentar constantemente "demostrar" que son hombres, pueden comenzar a entenderse y vivirse como tales, desde un lugar más auténtico y equilibrado.
Otro beneficio significativo es el alivio de la carga asociada a la "proveeduría", es decir, esa expectativa de ser el único proveedor económico del hogar. Renunciar al machismo permite compartir esta responsabilidad y, con ello, disminuir la ansiedad y el estrés que muchas veces conlleva.